El desarrollo de la inteligencia emocional

Un ensayo sobre la inteligencia emocional para crear conciencia sobre el liderazgo positivo de nuestro alumnado.

Foto de Brandon Nickerson en https://www.pexels.com/

El alumnado de informática de Primero de Bachillerato debe afrontar una situación de aprendizaje que consiste en realizar un ensayo personal sobre aquella habilidad de liderazgo positivo que mejor les represente. A priori, esta actividad podría parecer más adecuada para materias como Lengua Española o Literatura, pero en esta ocasión se utiliza como un medio para desplegar sus competencias en medios digitales como este periódico, mientras realizan un proceso de autoconocimiento y desarrollo de su inteligencia intrapersonal. Además, me gusta dar un ejemplo real realizando las mismas actividades que planteo, por lo que en esta publicación realizaré mi propio ensayo sobre la referida habilidad.

En este caso, mi ensayo hablará sobre la inteligencia emocional, rompiendo las reglas, teniendo en cuenta que no es precisamente la habilidad que mejor me define (sino todo lo contrario) puesto que en determinadas ocasiones pido a mi alumnado que utilice un grado de rebeldía controlada cuando la finalidad es generar un impacto positivo.

El liderazgo positivo como punto de partida

Antes de entrar en materia, partamos de una definición académica de liderazgo positivo como aproximación al tema. Según Daniel Goleman, el liderazgo positivo es «la capacidad de algunos líderes de sintonizar con los sentimientos de las personas y encauzarlos en una dirección emocionalmente positiva» (Álvarez, 2015). Por otro lado, Jean-Philippe Courtois define el liderazgo positivo como «una combinación de psicología positiva, neurociencia y atención plena, respaldada por décadas de investigación y datos. También sirve como marco para lograr el éxito de las empresas, las personas y el planeta» (World Economic Forum, 2023). Se trata por tanto de una capacidad más necesaria en nuestros días y determinante para el futuro, no solo de nuestros estudiantes, sino de nuestra sociedad.

Por supuesto, antes de liderar a otras personas, cada estudiante deberá aprender a liderarse a sí mismo. Comenzando por un ejercicio de introspección, es necesario encontrar aquellas habilidades de liderazgo positivo predominantes en cada individuo con el objetivo de potenciarlas, así como reconocer sus carencias y desarrollar un mejor liderazgo propio que se integre con el de los demás, reforzándose mutuamente. Numerosos autores del ámbito empresarial establecen que las habilidades básicas del liderazgo positivo son la inteligencia emocional, la comunicación efectiva, la empatía y la resolución de problemas (Universidad Europea, s.f.). Como docente, he querido añadir al trabajo valores que no solo definirán al alumnado como estudiantes universitarios o trabajadores, sino también como seres sociales, incorporando la resiliencia, el respeto y la responsabilidad, puesto que tendemos a pensar en el liderazgo como sinónimo de éxito deportivo, empresarial o económico cuando realmente se trata de una cuestión humana y colectiva.

La inteligencia emocional en el liderazgo positivo

Las habilidades del liderazgo positivo no trabajan de forma individual, sino que lo hacen conjuntamente. Por ello, el ejercicio consiste en autoevaluarse y reconocer las cualidades que están presentes en cada persona, potenciar el uso de las que predominan y desarrollar aquellas que se manifiestan con menor intensidad como una forma de crecimiento  personal capaz de mejorar el funcionamiento del conjunto de estas habilidades.

El objetivo es desarrollar un mayor grado de inteligencia emocional en favor del liderazgo positivo hacia mi alumnado, mi entorno más inmediato, la comunidad, el planeta… o hasta donde pueda llegar el alcance de un profesor cualquiera. Por tanto, volvamos a comenzar por una definición académica que active un primer nivel de conocimiento, tomando el trabajo de Molero, Sáiz y Esteban (1998) sobre los autores Mayer y Salovey (1993), quienes describen la inteligencia emocional como:

La capacidad de una persona para comprender sus propias emociones y las de los demás, así como expresarlas de forma que resulten beneficiosas para sí misma y la cultura a la que pertenece, incluyendo la evaluación verbal y no verbal, la expresión emocional, la regulación de la emoción en uno mismo y en los otros y la utilización del contenido emocional en la resolución de problemas (p. 26).

La definición anterior incorpora cualidades que son propias del resto de habilidades del liderazgo positivo, como la comunicación efectiva, la escucha activa o la empatía, demostrando que estas cualidades se desarrollan de forma conjunta y se benefician unas a otras. Así que podemos considerar a la inteligencia emocional, esa gran olvidada al menos por mi parte, como una habilidad a desarrollar para beneficiarnos a nosotros mismos y a nuestro entorno.

Grandes líderes positivos desde la inteligencia emocional

Un ejemplo de liderazgo positivo y uso de la inteligencia emocional que sirve para ilustrar este tema lo encontramos en Ernest Shackleton y una de las historias de supervivencia más grandes de todos los tiempos. Esta ocurrió durante la expedición de la embarcación Endurance, que pretendía ser la primera en atravesar la Antártida cruzando el Polo Sur. Durante la travesía, la embarcación encalló y fue triturada por el hielo, terminando en su naufragio y dejando a toda la tripulación, formada por 27 personas, abandonada bajo condiciones extremas y a la intemperie en uno de los lugares más remotos del planeta. Shackleton reorganizó de inmediato su planificación y lideró a su equipo en un agotador viaje a través del hielo hasta un lugar seguro para refugiarse.

A pesar del peligro extremo, Shackleton se aseguró de que todos mantuvieran la esperanza. Su estrategia se basó en conectar con cada persona y asignarle una tarea que mantuviera ocupada su mente, reservándose el propio Shackleton las actividades más duras como demostración de la importancia de la misión de todo el grupo. Posteriormente, junto con un pequeño grupo cruzó 1.300 kilómetros de océano en un bote abierto hasta llegar a Georgia del Sur, donde consiguió ayuda y el rescate de todos sus hombres, cuatro meses después de su partida.

La historia de Shackleton ilustra cómo la inteligencia emocional no solo mejora el liderazgo positivo, sino que puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte en situaciones críticas. Sus habilidades para conectar emocionalmente, inspirar confianza y mantener la unidad del grupo siguen siendo un modelo de liderazgo para los líderes actuales (Perkins, 2014).

Otro gran ejemplo lo podemos encontrar en la figura de Nelson Mandela. Encarcelado durante veintisiete años por su activismo contra el apartheid antes de convertirse en el primer presidente de raza negra de Sudáfrica, Mandela fue reconocido por permanecer fiel a su lucha resiliente, mostrando una gran empatía hacia sus rivales políticos y haciendo un perfecto uso de la inteligencia emocional (Villanueva, 2019). Con ello, Nelson Mandela no solo consiguió su liberación sino también un cambio en su país y la percepción del mundo con su liderazgo positivo, convirtiéndose en una de las personas más influyentes del final del siglo XX y principios del XXI.

En este sentido, el alcance de Madiba, como se refieren cariñosamente a Nelson Mandela en su pueblo, no se limitó a la política. El personaje se convirtió en un referente universal para la humanidad, que inspiraría a las siguientes generaciones sin importar su ámbito o nacionalidad. En nuestro sector educativo, motivo de esta publicación, Mandela impulsaría muchas carreras docentes con su célebre frase «La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo».

La inteligencia emocional como herramienta de cambio

En conclusión, la inteligencia emocional es una herramienta transformadora capaz de generar cambios significativos tanto en quienes la desarrollan como en su entorno. Por tanto, con este ensayo espero inspirar a mis alumnos a cultivar un liderazgo positivo que trascienda al mundo académico y se refleje en su vida personal y social, así como en su influencia sobre los demás, al mismo tiempo que este proceso enriquece al autor de estas líneas reafirmando el valor del aprendizaje compartido como fuente de crecimiento mutuo.

Referencias